La sexualidad según Michel Foucault

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(2012)

“Bajo los adoquines, la playa”
(…) Michel Foucault estuvo muy presente en todos los acontecimientos que se produjeron durante los años sesenta y setenta del siglo XX. La política le parecía apasionante en unos años en los que, por un lado, la participación de los ciudadanos en la vida pública era grande y, por otro, se trataba de un terreno amplio en el que también cabían las relaciones humanas y la experiencia privada. Sin embargo, su pensamiento político no estaba basado en el humanismo, una de las ideas básicas de aquellos años. El humanismo considera que existe una naturaleza humana buena y justa, que ha sido oprimida y desviada por las relaciones de poder. En el mayo de 1968, los estudiantes parisi nos pintaban en las paredes: “Sous les pavés, la plage” (“Bajo los adoquines, la playa”), indicando así la esperanza de que, por debajo de aquello en lo que el capitalismo y el poder nos habían convertido, yacía una humanidad creativa, solidaria, revolucionaria, capaz de convertir este mundo de explotación e injusticia en un paraíso sin relaciones de poder. En torno a la playa de la promesa en un mundo mejor, basada en la creencia en los valores humanos, convergían pensadores cristianos, marxistas, anarquistas, socialistas. Foucault fue, no el único, pero sí una de las principales voces disonantes. Fiel a Nietzsche, a quien consideraba sabio como pocos, Michel Foucault nunca creyó que los lobos escondieran corderos y, por lo tanto, afirmó rotundamente que las relaciones de poder no desaparecerían y que el horizonte de la disolución de la lucha de clases era un cuento de hadas. Cuando su voz se alzaba contra el humanismo y quienes le escuchaban quedaban descorazonados, añadía que no había que estar triste porque la lucha no tuviera final, ya que lo único triste de verdad era no combatir. A la larga, su posición resultó mucho más optimista de lo que a primera vista pudiéramos pensar, puesto que la finalización de cualquier revuelta o movilización popular no logró nunca desanimarlo. Sabía que, al día siguiente, había que continuar, que quizá los que ayer combatían por una idea justa se convertirían mañana en aquellos que había que combatir.Sin la playa natural, sin un estado original al que volver y a partir del cual edificar un futuro radiante, los humanos somos tan diversos como las condiciones culturales e históricas nos han hecho. Todo lo que somos –nuestros sentimientos y nuestras ideas, nuestros modos de vivir y de amar y de trabajar y de hablar– es un resultado de la historia. Ésa debería ser una buena noticia, porque al no haber nada eterno ni natural, todo lo que es historia está sujeto al cambio. Como afirma Foucault: “todo lo que ha sido construido históricamente puede ser destruido políticamente”. Está claro que los más contentos con esta afirmación siempre serán los disconformes con la historia, con lo que somos históricamente. Si se entiende por política todo lo que afecta al tejido de la vida social, y si se cree que siempre hay motivos para rebelarse, entonces es esencial estar alerta. Para saber reconocer qué cuestión vale la pena poner en el primer plano de la reflexión y de la intervención, es necesario estar atentos a lo intolerable. ¿Qué es intolerable?: no podrá ser, inicialmente, lo que para muchos lo es, puesto que una de las condiciones de lo intolerable es que para la mayoría no es intolerable, sino normal. Una de las cosas que caracterizaba a Michel Foucault era el oído tan fino que poseía, un oído que le permitía percibir a través de lo que se decía –en los medios de comunicación, los libros de divulgación o las conversaciones de las personas corrientes– cuáles eran las evidencias, los lugares comunes incuestionados, sobre los que se edificaban los discursos: esas evidencias podían contener algo de intolerable. Disconforme con lo que la historia hacía separando la locura y la razón, la normalidad y la patología, la delincuencia y la legalidad, Foucault agitó las evidencias con las que aceptamos que existan los manicomios, los hospitales y las cárceles, que cumplan el papel que cumplen, que tengan la forma que tienen. Cuenta Foucault que comenzó su proyecto de escribir acerca de la sexualidad el día que oyó un programa de radio en el que una periodista interrogaba a un oyente acerca de su vida. El entrevistado reconocía que era infeliz y entonces la periodista le preguntaba por sus relaciones sexuales. A partir de ese momento se generaba un diálogo extraño en el que el oyente quería explicar el motivo de su infelicidad –que tenía que ver con sus amigos, su trabajo– y, en cambio, la entrevistadora continuaba insistiendo en saber algo más de su vida sexual, como si no pudiera pensarse la felicidad o la infelicidad sin tener en cuenta si esa persona hacía o no hacía el amor, si sus relaciones sexuales eran o no satisfactorias. Michel Foucault dice que creyó oír una música, la música del presente. Y quiso saber si esa evidencia nuestra –la de que felicidad y satisfacción sexual, al igual que infelicidad e insatisfacción sexual van a la par– era de las que escondían algo intolerable y, por lo tanto, de las que había que hacer tambalear. Así nació la investigación que le llevó a escribir los tres tomos de su Historia de la sexualidad.

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